Las Mulas Paracaidistas
Durante la Segunda Guerra Mundial se intentaron llevar a cabo numerosos planes y proyectos de lo más absurdo y disparatado. Como se suele decir, «a situaciones desesperadas, medidas desesperadas». Una de esas estrambóticas ideas fue la que a continuación os cuento. En mayo de 1943, las fuerzas angloamericanas, con el apoyo de la Francia Libre, estaban preparando en el Norte de África el asalto al continente europeo por el sur. El lugar elegido para realizar el primer gran desembarco fue la isla de Sicilia, una maniobra previa al asalto de la península itálica, que recibiría el nombre en clave de «Operación Husky». Para alcanzar las metas fijadas en esa compleja operación había que tener en cuenta las características especiales de la isla italiana, cuya difícil orografía, muy montañosa y con malas comunicaciones, dificultarían el desplazamiento de tropas y material.
Para solucionarlo se pensó en la utilización de un número importante de mulas, pero el problema residía en que éstas no podrían utilizarse durante las importantes acciones que llevarían a cabo los paracaidistas estadounidenses de la 82ª División Aerotransportada. Los «All Americans» tenían que saltar tierra adentro, tras las defensas costeras italianas y alemanas horas antes del asalto anfibio, para facilitar el desembarco del grueso de las tropas aliadas. Las dudas sobre el éxito de las tropas aerotransportadas surgieron de inmediato: ¿cómo se iban a desplazar los paracaidistas norteamericanos por aquel terreno pedregoso y reseco sin vehículos de apoyo para transportar el equipo lanzado desde los aviones?. Ante ese dilema, alguien pensó que la solución podría ser embarcar mulas en los aviones de transporte y lanzarlas sobre la isla en paracaídas, algo que hasta entonces no se había intentando nunca.
El encargado de la misión fue el mayor Mark Alexander que, aunque se mostró escéptico, inició los ensayos para conseguir abastecer de mulas de este original modo a los paracaidistas que saltarían sobre Sicilia. El lugar elegido para llevar a cabo las pruebas fue el desierto que rodea a la población de Oujda, en el norte de Marruecos, en ese momento ocupado por las tropas estadounidenses. Para llevar a cabo esta operación se confeccionaron unos paracaídas enormes y especialmente resistentes, y se adaptaron al cuerpo de los animales. Tras conseguir mulas y equiparlas se procedió a introducirlas en aviones de transporte Douglas C-47 «Dakota». Aquella operación fue especialmente complicada, pues, a pesar de llevar los ojos vendados, los tercos animales se mostraron nerviosos, asustados y poco sumisos a entrar en los aviones. Una vez dentro de los aparatos, y conforme estos iban ganando altura, la actitud de las mulas empeoró más si cabe, haciendo peligrar la estabilidad de los aviones de carga. Finalmente, cuando se alcanzó una altitud de 1.000 metros, se encendió la luz verde y las “mulas paracaidistas” fueron arrojadas al vacío.
El resultado fue un auténtico desastre. Cuando se llegó a la zona de lanzamiento, un pedregoso desierto, se comprobó que la mayoría de los animales habían sufridos fracturas en las patas a consecuencia del impacto sufrido en la caída, por lo que hubo que sacrificarlas. Tras la pifia de Oujda, el Cuartel General Aliado canceló el plan y continuó con la «Operación Husky«. Una vez iniciadas las operaciones militares, los norteamericanos se dieron cuenta que el experimento de las “mulas paracaidistas” había sido una pérdida de tiempo. Sicilia, por su orografía y complicadas comunicaciones, poseía en 1943 una nutrida población de estos cuadrúpedos y los paracaidistas norteamericanos no tuvieron ningún problema para proveerse de ellos, una vez en tierra. Además, las tropas que desembarcaron en las playas sicilianas, trajeron con ellas varios centenares más de mulas, por lo que si hubo algo que no escaseó durante esos días en la isla italiana fueron precisamente estos animales.
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