Durante la Segunda Guerra Mundial un Hiwi (apócope del alemán Hilfswillige -«ayudante o auxiliar voluntario») era todo aquel soldado voluntario no alemán adscrito a la
Werhmacht (Fuerzas Armadas Alemanas) y que prestaba todo de servicios auxiliares (tales como trabajos pesados, servicios en cocinas, establos, hospitales o almacenes, conductores de vehículos, mensajeros, labores de guardia y vigilancia de campos de prisioneros, carga y descarga, suministro de munición, cavar trincheras y construir búnkers o fortificaciones, etc.), llegando en algunas ocasiones incluso a luchar en el frente junto a los soldados alemanes o realizar acciones de sabotaje y combatir a los partisanos que hostigaban a las fuerzas de Hitler en la retaguardia.
En teoría, los
Hiwis eran desertores de los ejércitos que combatían contra los alemanes (fundamentalmente del
Ejército Rojo) o civiles de los territorios ocupados que voluntariamente y por diversas razones (políticas e ideológicas o simple y pura superviviencia) decidían unirse a los ejércitos del
Fürher y colaborar con los nazis. Así por ejemplo, muchos miembros de minorías étnicas no rusas como los
ucranianos, bielorrusos, lituanos o
estonios, a los que el régimen bolchevique de
Stalin había masacrado, explotado y marginado, vieron al ejército invasor de la
Alemania nazi como un libertador y se unieron a él para luchar contra los bolcheviques. Aparte de ese anti-bolchevismo, en otras ocasiones el fuerte antisemitismo de algunas de esas etnias era el motivo para enrolarse en las filas teutonas.
Sin embargo, en la mayoría de los casos se trataba de soldados soviéticos, que su único motivo era tratar de sobrevivir. La crueldad y el trato inhumano que los oficiales del
Ejército Rojo dispensaban a sus soldados, a los que enviaban directamente al sacrificio al lanzarlos en masa en ataques suicidas, mal armados y equipados (y bajo la constante amenaza de ser ejecutados en el acto si retrocedían o se retiraban) fueron la causa para que miles de ellos se pasaran al lado alemán transformándose en
Hiwis. Conforme avanzaba la guerra, un gran número de Hiwis lo formaban prisioneros de guerra rusos, que alentados por las promesas de un mejor trato, de poder reunirse con sus familias y sólo para huir del penoso cautiverio, aceptaban ser reclutados de los campos de prisioneros para compensar la cada vez más acusada, escasez de hombres en las filas alemanas.
Antony Beevor, en su recomendable libro»
Stalingrado», relata como un hiwi capturado por los soviéticos dijo a su interrogador de la
NKVD (algo así como la policía militar del régimen bolchevique) que los rusos en el ejército alemán podían dividirse en 3 categorías: en primer lugar, las tropas voluntarias combatientes
«Osstruppen» movilizadas por los propios alemanes (las llamadas secciones cosacas, la división de
Vlasov o la
Brigada Kaminski, que estaban adscritas a las divisiones teutonas; en segundo lugar, estaban los
Hilfswilligen, que eran los civiles locales o prisioneros rusos voluntarios o aquellos soldados del
Ejército Rojo que desertaban para unirse a los alemanes, quienes vestían el uniforme alemán completo con sus rangos e insignias y que al igual que los soldados alemanes estaban adscritos a regimientos alemanes. Y por último estaban los prisioneros rusos que hacían el trabajo pesado, las cocinas, los establos y demás.
Este Hiwi en concreto al que hace referencia el escrito británico, junto con otros 10 prisioneros había sido sacado del campo de prisioneros de Novo-Aleksandrovsk, para trabajar para el ejército alemán. Ocho de sus compañeros fueron ejecutados durante la marcha cuando se desmayaron por el cansancio y el hambre, y él fue destinado a la cocina de campaña de un regimiento de infantería donde pelaba patatas. Posteriormente se le envió a los establos a cuidar los caballos. Muchos de esos prisioneros rusos, que como él, fueron inducidos mediante promesas, para ir de voluntarios, pronto se dieron cuenta de la cruda realidad. Cuenta Beevor, que el citado Hiwi, en el interrogatorio relató como conoció a otros Hiwis ucranianos, quienes le contaron que se habían creído las octavillas propagandísticas que les repartieron y que confiaban en volver con sus esposas. Sin embargo, pronto iban a ser enviados al frente a combatir a sus compatriotas: si se negaban, los alemanes los fusilarían. Y si regresaban con los rusos, serían también ejecutados (como muchos otros que se rindieron o fueron hechos prisioneros y posteriormente liberados por el Ejército Rojo) por traidores.
Si bien Adolf Hitler estuvo en un principio en contra de aceptar desertores – y mucho menos, de una etnia considerada inferior como la eslava – dentro de las filas alemanas, el pragmatismo y la necesidad terminó por imponerse en las situaciones más desesperadas, aprovechando así de manera útil la ingente cantidad de prisioneros, fundamentalmente soviéticos, que habían sido capturados. Así, por ejemplo, en la Batalla de Stalingrado, el VI Ejército alemán al mando del Mariscal Paulus tenía más de 50.000 auxiliares rusos adscritos a sus divisiones en la línea del frente, lo que que representaba un cuarto de su fuerza. En concreto, la 71ª y 76ª Divisiones de Infantería tenían, según señala el citado Beevor, más de 8.000 Hiwis cada una, lo que representaba prácticamente el mismo número de soldados alemanes con los que dichas divisiones contaban. Algunas fuentes afirman que para la primavera de 1942 había 200.000 Hilfswillingen (ayudantes voluntarios) o Hiwis detrás de los ejércitos alemanes y que a finales de ese año la cifra alcanzó el millón.
Todo ello provocaba una cierta incomodidad o sensación de extrañeza entre los alemanes. Así un oficial alemán contaba en una carta dirigida a otro compañero lo siguiente: «Es preocupante que nos veamos obligados a reforzar nuestras tropas de combate con prisioneros rusos de guerra…Es una situación extraña que las bestias a quienes hemos estado combatiendo estén ahora viviendo con nosotros en la armonía más estrecha». No obstante, según afirma Beevor en su mencionado libro «Stalingrado», parece ser que, en líneas generales, las unidades alemanas del frente (sobre todo los soldados rasos, no tanto los oficiales) trataron de forma aceptable a los Hiwis, aunque con cierto grado de desprecio.
Los Hiwis de origen ruso que cayeron prisioneros del Ejército Rojo o fueron puestos en manos de los soviéticos por los mismos aliados (principalmente americanos, británicos y franceses), en su mayoría terminaron ejecutados sumariamente por traición o bien enviados al Gulag (donde millares de ellos también fueron ajusticiados o perecieron de hambre, frío y enfermedad). Para finalizar, os dejo otro testimonio (una nota encontrada a un prisionero ruso, seguramente un Hiwi) extraído de otro libro más que interesante del citado Antony Beevor («Berlín – La Caída: 1945») que creo es bastante revelador del drama de estos pobres diablos: «Camaradas soldados, nos entregamos a vosotros y os pedimos un gran favor: decidnos, por favor, por qué estáis matando a los rusos encerrados en las prisiones alemanas. Resulta que nos capturaron y nos llevaron a trabajar para sus regimientos, y lo hicimos sólo por no morir de hambre. Ahora resulta que llevan a esas personas al lado ruso, a su propio ejército, y los fusiláis. ¿Por qué? os preguntamos ¿Es porque el mando soviético traicionó a esas personas en 1941 y 1942?».
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